Hace poco, las Naciones Unidas organizaron en Nueva York la asamblea general “Pekín+5”, el encuentro en que la ONU evaluó la aplicación de la Conferencia internacional sobre la mujer celebrada en la capital china en 1995. Las discusiones eran vivas y elocuentes, como siempre. Lo que nos sorprende es que todos los allí reunidos, en el fondo, quieren lo mismo: el bien para la mujer. Todos se esfuerzan por defender los derechos de las mujeres en cada rincón del mundo. Buscan caminos para que las mujeres se puedan autorrealizar plenamente, aprovechar las capacidades que cada una tiene y ayudar a las demás a hacer lo mismo. Este objetivo
es tan espléndido que, realmente, ninguna persona medianamente sensata y benévola puede estar en contra de ello. Es verdad, que puede haber cierta agresividad y polémica en el modo de plantear estas reivindicaciones. Este hecho, un simple hecho de una reunión a nivel mundial y de organizaciones, nos muestra como el feminismo que tuvo su génesis en el siglo XIX, ha manifestado en el tiempo actual, sus influencias. Ya menos agresivo es tratar este tema, y se ha demostrado como mujeres y hombres pueden sentarse a dialogar de manera igualitaria, y como la mujer es considerada en el espacio. Aún con algunas falencias, el sistema ha sabido adaptarse a las necesidades de las mujeres, y a buscar maneras en que la mujer sea mejor considerada cada vez más. Aunque no todo es de una manera lineal y equitativa para las mujeres, debido a la cultura y estandarización de algunas sociedades, el mundo en general ha presentado mejores, para las mujeres que hoy habitan en él.
Josemaría Escrivá veía claramente que el empeño por hacer justicia es de vital importancia, pero no basta. Las reivindicaciones pueden crear un clima frío, de mutua desconfianza, rencores y venganza; pueden llevar hasta el odio. Una vida feliz sólo se logra, cuando se aprende a pedir perdón por los fallos propios, cuando, en definitiva, se purifica la memoria y se vive en paz con el pasado. Lo más interesante siempre es lo que está delante de nosotros, en el futuro. Realmente, cuando se concede a las mujeres nada más que la garantía de que se apliquen los derechos humanos también a ellas, se les da muy poco. Además, sabemos todos de sobra que hay situaciones tan complejas en las que la mera justicia es prácticamente imposible. Hace falta algo más. Muchas personas cuentan sus penas no sólo para que se busquen soluciones en el mundo exterior. Las comunican también porque buscan comprensión y cariño, orientación, aliento y consuelo. “Convenceos que únicamente con la justicia no resolveréis nunca los grandes problemas de la humanidad,” afirmaba Escrivá. “Cuando se hace justicia a secas, no os extrañéis si la gente se queda herida: pide mucho más la dignidad del hombre, que es hijo de Dios.
La caridad ha de ir dentro y al lado, porque lo dulcifica todo.” Implica darse cuenta de que
cada persona necesita más amor que “merece”, es más vulnerable de lo que parece; y todos somos débiles y podemos cansarnos. En cuanto tal es una disposición deseable para cualquier persona, de ambos sexos.
es tan espléndido que, realmente, ninguna persona medianamente sensata y benévola puede estar en contra de ello. Es verdad, que puede haber cierta agresividad y polémica en el modo de plantear estas reivindicaciones. Este hecho, un simple hecho de una reunión a nivel mundial y de organizaciones, nos muestra como el feminismo que tuvo su génesis en el siglo XIX, ha manifestado en el tiempo actual, sus influencias. Ya menos agresivo es tratar este tema, y se ha demostrado como mujeres y hombres pueden sentarse a dialogar de manera igualitaria, y como la mujer es considerada en el espacio. Aún con algunas falencias, el sistema ha sabido adaptarse a las necesidades de las mujeres, y a buscar maneras en que la mujer sea mejor considerada cada vez más. Aunque no todo es de una manera lineal y equitativa para las mujeres, debido a la cultura y estandarización de algunas sociedades, el mundo en general ha presentado mejores, para las mujeres que hoy habitan en él.
Josemaría Escrivá veía claramente que el empeño por hacer justicia es de vital importancia, pero no basta. Las reivindicaciones pueden crear un clima frío, de mutua desconfianza, rencores y venganza; pueden llevar hasta el odio. Una vida feliz sólo se logra, cuando se aprende a pedir perdón por los fallos propios, cuando, en definitiva, se purifica la memoria y se vive en paz con el pasado. Lo más interesante siempre es lo que está delante de nosotros, en el futuro. Realmente, cuando se concede a las mujeres nada más que la garantía de que se apliquen los derechos humanos también a ellas, se les da muy poco. Además, sabemos todos de sobra que hay situaciones tan complejas en las que la mera justicia es prácticamente imposible. Hace falta algo más. Muchas personas cuentan sus penas no sólo para que se busquen soluciones en el mundo exterior. Las comunican también porque buscan comprensión y cariño, orientación, aliento y consuelo. “Convenceos que únicamente con la justicia no resolveréis nunca los grandes problemas de la humanidad,” afirmaba Escrivá. “Cuando se hace justicia a secas, no os extrañéis si la gente se queda herida: pide mucho más la dignidad del hombre, que es hijo de Dios.
La caridad ha de ir dentro y al lado, porque lo dulcifica todo.” Implica darse cuenta de que
cada persona necesita más amor que “merece”, es más vulnerable de lo que parece; y todos somos débiles y podemos cansarnos. En cuanto tal es una disposición deseable para cualquier persona, de ambos sexos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario